Explotación laboral - RELATO DE MARCO GÓMEZ





EXPLOTACIÓN LABORAL

Marco A. Gómez

 

El abogado leía plácidamente el periódico, acomodado en una butaca de su terraza preferida, disfrutando del café de media mañana y de la agradable temperatura de finales de Abril en Cádiz, cuando la chica lo interrumpió:

-Estoy agotada –dijo ella.

El abogado levantó apenas los ojos del periódico y miró a la joven, por encima de la montura de sus gafas, un tanto molesto por la interrupción (malestar que se le pasó en cuanto apreció las dulces y hermosas facciones de ella) antes de preguntar a su vez:

-Disculpe ¿nos conocemos?

La chica hizo caso omiso a la pregunta.

-Agotada es poco, esto no puede continuar asi.

-¿Perdón…? De verdad, no comprendo que…

-¡No vas a seguir abusando asi de mi!

El abogado miró hacia los lados, nervioso, ante la declaración en voz alta de la chica. Se relajó un poco cuando vio que ninguno de los pocos clientes que se encontraban en la terraza de la cafetería en ese momento parecía haber oído nada.

-Señorita, debe estar usted confundiéndome con otra persona. Le juro que yo no la conozco de nada.

Ella lo miró a los ojos, con una sonrisa maliciosa en los labios, y con voz desdeñosa le espetó:

-¡Ah! ¿Ahora vas a ir por ahí? ¿Con el cuento de que no me conoces? Eres un cerdo.

El abogado soltó el periódico, con aire ofendido.

-Mire, señorita, no voy a tolerar que…

La chica se levantó, apartó la mesa (adiós al café de media mañana) y, acercando su cara hacia la del abogado hasta casi tocar sus narices, le gritó a pleno pulmón:

-¡¿No toleras!? ¡¿Que no toleras!? ¡Soy yo la que no tolero más abusos, me tienes harta, todo el dia tirando de mi, sin miramientos, sin descanso, a todas horas! ¡No tenias bastante con escribir, que ahora también quieres volver a dibujar!

El abogado estaba boquiabierto, sin acertar a responder. Un anciano que observaba las palomas un par de mesas por detrás le miró un momento, para luego seguir mirando a las aves.

-De verdad, no sé qué quiere de mí, señorita.

Ella se le quedó mirando a los ojos.

Y entonces la luz se encendió dentro de él.

-Eres… tú eres mi musa ¡Eres mi musa!

-¡Deberías haberte dado cuenta desde que me senté a tu lado, cabestro ceporro! Escuchame bien: ¡Se acabó lo de dibujar! ¡No puedo estar en todo! Vale que me tengas hasta las tantas de la madrugada con tus relatos, tus cuentos y tus novelas… ¡pero no pienso echar ni una hora más de lo estipulado! ¡Si quieres inspiración para dibujar, búscate a otra!

Y dicho esto, desapareció.

El abogado se quedó un momento repantigado en la butaca, con la boca abierta, casi sin dar crédito a lo sucedido… y entonces una sonrisa le iluminó la cara.

¡Qué gran idea se le estaba ocurriendo para un dibujo! ¡Sí, tenía que plasmar ese rostro tan hermoso sobre el papel antes de que se le olvidara!

Una repentina ráfaga de aire le tiró la bandeja al camarero, que pasaba justo en ese momento a su lado, y un café hirviendo le cayó sobre los pantalones.

-Nada de dibujos –le pareció oir, mientras brincaba con el camarero intentándole secar los pantalones con un paño.

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