DIEGUITO
Me llamó Diego Padre al despacho, con la voz afectada por la emoción. La excusa era preguntarme cómo iba lo suyo. Ese juicio del Acobiomol por el que la Audiencia Provincial ha condenado a prisión a aquellos que hicieron dinero a costa de enfermos terminales. Va para largo, van a recurrir al Tribunal Supremo, le contesté. Luego me dijo que lo que en verdad quería decirme era que su hijo Dieguito, uno de los afectados por la estafa, había muerto. Consolar a un padre que pierde una parte de sí como siempre es un hijo es casi imposible y cuando ese hijo tiene distrofia muscular con una minusvalía reconocida por la Junta de Andalucía de casi el 90 %, más aún. Pero había que intentarlo.
Luego, en casa, me vino a la cabeza la última vez que vi a Dieguito. Estaba en la recepción de la sala de vistas de la Audiencia. Llevaba su silla de ruedas con habilidad, el enigma en los miembros, la sonrisa en el rostro. Le saludé afectuosamente. Me hirvió la sangre cuando me contó que el funcionario encargado de dar paso a los testigos le había prohibido la entrada a “su” juicio porque la furgoneta especial en la que tenían que trasladarlo desde Trebujena había tardado en encontrar aparcamiento y llegando cinco minutos tarde al comienzo la vista. A él le dio pena, pero no le importó. Era así, un buen chico que con 24 siempre había plantado flores en la arena del desierto. Pese a sus carencias psicomotrices había participado en un programa de radio en su pueblo y estaba muy vinculado al baloncesto como delegado del C. B. Trebujena. Las páginas web de la federación gaditana y andaluza, como las de los equipos de la provincia, lo recuerdan con cariño: era Dieguito el de Trebujena.
Mirando esas noticias encontré otra que me descorazonó más aún hasta el punto de dejarme insomne, ofendido, durante horas. Hace unos meses la Junta de Andalucía había retirado la ayuda de 340 € que prestaba al joven y a su familia y le había reclamado los 8.000 € percibidos durante algo más de un año al considerar que existía causa de incompatibilidad pues éste era usuario de la Unión de Parálisis Cerebral, donde recibía fisioterapia dos horas a la semana a razón de 80 € al mes. Conozco a los padres de Dieguito y su hermana, que tiene la misma enfermedad, y son gente humilde y trabajadora que ha dado absolutamente todo por sus hijos hasta el final. He pensado en ellos en esta noche calurosa y he sentido un profundo orgullo por haber conocido a un luchador como Dieguito, que ha superado todo tipo de trabas y barreras sociales y también he pensado en la Delegación Provincial de Igualdad y Bienestar Social, pero no puedo decir aquí lo que he sentido.
Enrique Montiel de Arnáiz
Publicado en La Voz el 6 de junio de 2010
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