FILISPUTARUM (La Voz 25-07-12)

Llega un momento en el que continuamos andando, los pies dolidos y ajados, no por nosotros. No por el coche, ni por el prestigio, ni por las preferentes de CaixaGalicia. Ni por Hacienda, ni por la TGSS, ni por pagar la hipoteca cuya cuota mi banco (Cajamar) se niega a reducir eliminando la cláusula de suelo, pese a ser nula según los tribunales. Y tampoco se permanece en pie, hierático, para ver cómo acaba el culebrón de la prima de riesgo, si llega a los 700 puntos, si dimite alguno de los nuevos o de los antiguos filisputarum. No abrimos los ojos cada mañana por vengarnos de los que te rodean, los enemigos, los sinvergüenzas, los morosos, los envidiosos. Que va, ni siquiera por ver a Pau ganar las olimpiadas a Kobe. Seguimos en pie únicamente por ellos. Por los niños. Los vemos crecer día a día, los besamos como si nunca fuéramos a volver a verlos, les reñimos y pagamos nuestras frustraciones en ellos. Y nos sentimos culpables. Porque queremos que tengan algo que nosotros no tuvimos y nuestros padres menos aún. Que no les falte de nada. Que se vaya al cuerno este país pero los niños dispongan de un mínimo fideicomiso que les permita salir adelante cuando no estemos.
Nuestros niños. Nuestros mayores. Los mismos que sufrieron por darnos educación, alimentos, libros de texto, los que nos decían que no dejáramos las luces encendidas porque no eran millonarios mientras nos recordaban que ellos, cuando niños, cenaban al albur de un candil. Los que hoy son torpones y con los que nos metemos porque no podemos aceptar que se hacen torpes porque son mayores y después de la torpeza viene la muerte y no el olvido. Y esos mayores, los pies dolidos y ajados, abarrotan las residencias de ancianos, son canguros de sus nietos (o no), apoyan económicamente a la progenie, un día nos llaman Guille en vez de Quique, y olvidan dónde dejaron el reloj (ese falso Rolex que consiguieron en Marruecos o en Italia, no lo recuerdan), llamando hijo de puta a ese alemán de nombre extraño (es un chiste, claro) que les cambia las cosas de sitio. Ése que llaman Alzheimer nos esconde el reloj de nuestros padres mientras que el que llaman Parkinson nos pone nerviosos para que se nos vuelen las cosas de las manos, mientras que la enfermedad inexistente, ésa que llaman Fibromialgia, te hunde en silencio.
Malsoñamos en lo que ocurrirá como les faltemos los que cotizamos, en nuestros hijos pagándose la carrera -despachando margaritas y mojitos pese a ser excelsos estudiantes- porque el dinero se gastó en rescates a cajas y mapas clitorianos. Y pensamos en nuestros mayores, expulsados de sus centros de día y residencias, alejados de su atención primaria, porque los filisputarum de turno no pagan las subvenciones concedidas en su día. Ése dinero del cuento de la lechera que había de llegar de las Administraciones (siempre que se cumplieran las normativas y las ratios y se adelantara previamente) y que no llega ahora porque la teta de todos se ha quedado seca. Y vemos a todos nuestros abuelos subiéndose en fila india al hogar del viejo de “Up”, esa casa colgada de miles de globos de colores, donde nuestros torpones suben cuando sienten que ya no tienen nada que hacer en la vida. Y la expresión nos viene a la boca llena, automáticamente, recordando a los que lo han provocado: Filisputarum. Que en latín significa.
Enrique Montiel de Arnáiz

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