LA TORMENTA SOLAR (La Voz de Cádiz - 29-08-2012)
Apenas apuraba su vaso, un redondo cristal coronado por un trozo de piña que había acostumbrado a tomar entre baño y siesta y baño y cena. Piña colada, lo llamaban los peritos que sabían diferenciar entre perro y niño. Decía que apenas y, disfrutando de la calma visión del atardecer, un nido de parejas, arrumacándose, orientaban sus cuerpos al nacimiento del ocaso, al fin del sol, amparados en una arena fina, blanca, sibilina, que era besada eternamente por el Mediterráneo (mar latino, pasional y cálido). Tomó con dos dedos la porción triangularmente cortada de piña y la llevó a sus labios. Eran unos labios carnosos y rosados, apetentes de mordisquear, y la piña lo agradeció. El crepúsculo atardecer le era dulce y se extendía con parsimonia como el aceite penetra y resbala la masa del pan. De repente, observó que las gaviotas estaban inusualmente nerviosas, aleteando inquietas, como si hubieran presentido un depredador. Muchas se unieron en un círculo en la arena, a pocos metros de l