DE REPENTE
De repente se dio cuenta de que le encantaba la muerte. No en ese sentido inmisericorde que entienden los asesinos por muerte, sino, más bien como un tácito observador, un inexplicable voyeur del final de alguien. No llegaba al punto de acudir a citas a ciegas con el médico forense del juzgado (“a ver quién se ha suicidado") ni tampoco empezaba a leer los periódicos de atrás adelante, buscando desesperadamente una esquela con un impreso nombre conocido. Bueno sí. Esi sí lo hacía, pero era tradición familiar, así que no contaba. Le gustaba obtener información. Era una manera de reconciliarse con su propia muerte, para cuando falleciera, que no iba a estar para nada ni nadie. Lo siento mucho, estoy muerto. Disculpe que no me levante, la he palmado. Le gustaba la muerte. Procuraba enterarse de las circunstancias que habían propiciado un asesinato. Valiéndose de sus conocimientos informáticos se adentraba en los ordenadores de la comisaría de la policía como si fuera Hugh Jackman a