CASERÍA


La tarde eran barquitos plegados en la mar azul. Molinos de viento atesorando energía eólica a lo lejos y el ruido de un motor ensuciando el aire. Un aparcamiento espontáneo repleto de coches de marcas varias y un demente insultando al mismo aire que manchaba el traqueteo del motor. Había luz de anochecer en solsticio de verano, no era mortecina pero tampoco cegadora. Los cadáveres metálicos de las grúas de la factoría estaban a más de quinientos metros, pero se observaban desde la terracita del chiringo. La mar estaba lúcida, brillante, nueva como el primer día. La cerveza sabe mejor. Lástima de ruido molesto. Pensaba en sus últimas palabras: "no eres el único". Eran cuatro, todas tenían vocales. ¿Cuál era su significado verdadero? ¿Y el oculto? Bien sabía que las palabras no suenan igual en la mente de una mujer que en su boca, y menos aún en las entendederas de un hombre. Las cosas no eran como siempre habían sido, todo había cambiado. Al principio pensaban que para bien, luego el aburrimiento se había unido al cansancio. Habían dejado de pasear. Caminaban muy despacio, de la mano, amparados por el silencio y el mecer del mar en la orilla.


(Foto: Poshy)

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