EL EDILFLAUTA




EL EDILFLAUTA
Montiel de Arnáiz

Cuando se apagó la tenue luz del patio de butacas del Gran Teatro Falla y se alzó el telón oscurecido hasta el ocre por el paso de las malas chirigotas, el público crepitó en silencio, mudando la voz en honda respiración. Allí se plantó (plantaron) con cierta chulería Los imprescindibles, una comparsa de mitad arriba de la tabla de clasificación, algo así como el Atleti del Concurso Oficial de Agrupaciones del Carnaval de Cádiz. Teófila Martínez no había acudido aquella noche lluviosa de enero al palco municipal con lo que las ácidas pullas de la comparsa de Jesús Bienvenido vagaron por el aire, deambulando por entre las plateas sin encontrar otro destino que los amplios pulmones de María la Yerbabuena. Uno de esos imprescindibles era José María González, profesor sin profesar, liberado sindical de USTEA y pareja de Teresa Rodríguez, líder de Podemos en Andalucía. Junto con esos dardos pendientes de impacto que revoloteaban por el Falla un sentimiento eléctrico envolvía el teatro de ideas revolucionarias e injusticias denunciadas. Recuerdo que pensé y lo escribí: si las elecciones se hicieran en el concurso Teófila perdería; no me percaté de que Cádiz ya fue en su día poco más que un teatro y un oratorio.

Digamos que José María era Kichi ya entonces, sin serlo. Uno mas de los miles de gaditanos que cantan a su tierra cada año, Kichi era Kichi para algunos, sin atribución de notoriedad; no era aún el Kichi de Cádiz, alcalde anticapitalista que intenta paralizar desahucios judiciales, el personaje que acude, mochila a la espalda, a dialogar con la policía nacional. No estuve en Benjumeda, 35 y por tanto no oí lo que allí se dijo pero la imaginación es rauda y fértil, conecta por bluetooth con la vista y plantea diálogos literarios entre el agente de la autoridad que pide identificación al alcalde de Cádiz que, aliñadamente desaliñado, le dice si no sabe con quién está hablando y el otro, que es de Loreto le responde: A la orden, Kichi, que estuvimos juntos cantando en la comparsa, ¿no recuerdas? Y José María pide al madero que pare el desahucio y el madero dice que más madera y empiezan a volar concejales en el legítimo ejercicio de su derecho municipal a la resistencia pasiva y un fotógrafo -mas profesional que ideólogo- capta la imagen instantánea de un edilflauta con Campers siendo desalojado en protesta ajena.

Luego, pudo verse a la familia desahuciada por el imperio de la ley, esa vieja letanía del lex dura sed lex, arrojada a los brazos imprescindibles de su alcalde emocionado, quien no se da cuenta de que ha tomado partido allá donde solo debe reinar la mano del juez, y Kichi, con ojos grises, toma conciencia entonces de la primera ruptura de su exiguo programa electoral: Veinte años después, ante el pelotón de fusilamiento mediático, José María González descubrió un buen día que en Cádiz seguía habiendo desahucios. 

Aquella noche lluviosa en la que Teófila faltó a su cita con la invectiva fallera se gestó un tiempo nuevo de esperanzas y miedos. Kichi miró a la oscuridad que le ofrecía el opaco espejo del patio de butacas y ésta devolvió la mirada al joven Arturo que esgrimía la espada Excalibur, poderosa mas por poseer nombre que por la nobleza de quien la saca de la piedra. Aquél fue el día en que nació el alcalde a la carta, el que presta candor a cada gaditano en apuros, quien ve la belleza de la injusticia en cada detalle, el edil devenido en Kichi, el que algún día habrá de comprender que gobernar una ciudad capital es levemente distinto a lo que venía predicando entre sus círculos y que, lamentable e indefectiblemente, será fagocitado al grito de Barrabás, Barrabás, cuando le falten manos que regalar y abrazos que ofrecer y el invariable paso del tiempo lo convierta en un sueño prescindible de ese solsticio veraniego que cada año preludia el florecimiento de coplas en el concurso del Gran Teatro Falla.

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