EL COMIENZO DE LA NOVELA PERDIDA

Ordenando una estantería llena de miles de libros ha aparecido la novela perdida, la que guardé en un cajón invisible, la que algún día desaparecerá del todo. Copio el inicio, sorprendido de verme en el pasado, como un Charles Xavier borracho y con barba. Espero que os guste.


VIENTO PRIMERO

Los vientos eran rojos, violentos, amantísimos, ensimismados en sangre, manchados de tinta, reflejados en celestes cisnes voladoras que diluviaban en verano, qué extraño, no debiera, cóleras que llueven, nubes violáceas y unos pocos asistiendo a la armonía de los vientos y las lluvias y las aguas como restos que quedan en los hornos de carbón después de apagados. No siempre estuvo así de asesino el cielo, con el viento como compadre de desmanes, sino que empezó como principia siempre el manto del señor, plegándose por el movimiento de los sollozos escalofriantes del poniente. 

- Qué rojo está el cielo hoy, ¿no cariño?
- Eso es que mañana nos mojamos, de eso no dabe duda.
- Qué extraño, no debiera, ahora en verano.

Vio su reflejo en Cádiz, la ciudad más antigua de occidente, donde las aguas cada cien años ganan un metro a las rocas ostioneras de la Caleta hasta que un día devore Neptuno la tacita de plata y la lleve con la Atlántida a su colección de ciudades maravillosas, quizás uno poco antes que a Venecia, la ciudad de las góndolas y los gondoleros. Casi le entraba el olor salado de aguas saladas a través del cristal de la ventana mirando el atardecer y los faluchos arropados en la orilla después de la carrera del día del Carmen. Aún recordaba su infancia en las olas de sal escociendo sus ojos en la pelea por llegar pronto al final del trayecto, escoltando a la Virgen maría en el bote de las monjas antes que los niños del colegio de curas que tanto costaba por la calidad de su educación moral y cristiana; niños que, en cierto modo, estaban un poco amanerados en el arte de surcar vientos sobre el agua, igual que tenían un cierto amaneramiento en su conocimiento de la realidad, en ese mundo de fantasía y casi ficción en que vivían los niños de los colegios de curas. Recordaba las zapatillas y los lenguados y los peces sapos saltándole sobre las piernas y el revivir un cuerpo fríamente húmedo moviéndose sobre él le daba tiricia. Las monjas eran un recuerdo grato pese a que alguna fuera tan odiosa para León como la muerte, pues sentía que lo querían como madres, y si uno quiere a su madre como a nadie en el mundo hay que imaginarse si te quieren diecisiete madres, en un matriarcado del amor virginal, en el que te aman tanto, y tanto se las corresponde, que la separación que de ellas tuvo le dolió como la muerte no ya de una madre, sino como la de casi veinte. Sin embargo, siguió adelante.

- Peores cielos hemos dormido, peores y más siniestros.

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