EL SUEÑO DEL ESCRIBANO (La Voz 18-03-12)
EL SUEÑO DEL ESCRIBANO
He tenido un sueño anoche, liberal, de humanidad y derechos, donde pronunciaba un discurso -las mujeres poseían sufragio activo, conocedoras como madres que eran de sus derechos y deberes para con sus hijos- ante los representantes de la patria de todos los hemisferios, mientras los ejércitos ingleses nos apoyaban desde las baterías y rechazábamos una y mil veces a los de Bonaparte, por la gracia de Dios y del Rey Fernando, retenido injustamente en Bayona. Las palabras me salían disparadas de los labios y hasta el Divino Argüelles me felicitaba por la claridad de mis pronunciamientos e ideas sobre la soberanía nacional, un concepto laxo que implicaba la fagocitación del mundo antiguo y el embrionamiento de la España fuerte que deseamos, pese a las bombas que tiran los fanfarrones.
El sueño es eso, un dormir, la levedad de la consciencia que sobrevuela los cañones de la orilla de Chiclana, ocultos entre los verdes pinares españoles. Españoles y católicos, únicos y verdaderos, y si no lo son unos, tampoco son otros. El padre Muñoz-Torrero lo había observado con clarividencia, los españoles somos nuestros propios enemigos y en vez de apoyarnos en nuestra única religión nos hemos convencido de que necesitamos quién nos limite, quién nos lea y censure, quién nos pase por tribunales la nuestra fe en Dios nuestro Señor y su digno hijo Jesucristo.
Cuánto tiempo ha pasado mientras defendía nuestra primera Constitución, liberal, ilustrada, moderna y plural. Cuánto ha transcurrido desde la matanza del 2 de mayo, desde que los traidores afrancesados y cobardes aceptaron ese sucio texto prerredactado que ha sido firmado en Bayona, imponiéndonos un rey ilegítimo y borracho que no habla ni nuestra lengua y que nos subordina a la jerarquía del enano Napoleón. Y soñando, acabamos en la Isla de León, reunidos como podíamos a salvo de la peste en la Iglesia de San Pedro y San Pablo, y en el teatro de Comedias, en Cortes Generales, escuchando el estridente sonido de las explosiones a nuestro alrededor, dispersas entre las nubes, sin poder alcanzar nuestras tierras protegidos por los valientes escopeteros de las salinas.
Y hoy levanto de la cama, tornada en sudario, y miro el libro que he escrito, por tener una letra bonita, recogiendo la voluntad de todos los diputados, rígidos mis dedos, manchados de tizne negro. Ese libro maravilloso, único en su especie pero que es nuestro hijo, nuestra herencia, nuestro desafío ante la ilícita invasión de la piel de toro. Y miro el calendario y veo que mañana es el día del Padre, San José, y que habremos negado a Francia la imposición de todos sus deseos: ni rey, ni idioma, ni texto constitucional. Ay, Cádiz, yo sueño contigo de manera diferente a como lo hace Bonaparte, Cádiz. He aquí tu Constitución terminada que mañana verá la luz y que este humilde escribano acaba de finalizar, recién despertado…
Enrique Montiel de Arnáiz
He tenido un sueño anoche, liberal, de humanidad y derechos, donde pronunciaba un discurso -las mujeres poseían sufragio activo, conocedoras como madres que eran de sus derechos y deberes para con sus hijos- ante los representantes de la patria de todos los hemisferios, mientras los ejércitos ingleses nos apoyaban desde las baterías y rechazábamos una y mil veces a los de Bonaparte, por la gracia de Dios y del Rey Fernando, retenido injustamente en Bayona. Las palabras me salían disparadas de los labios y hasta el Divino Argüelles me felicitaba por la claridad de mis pronunciamientos e ideas sobre la soberanía nacional, un concepto laxo que implicaba la fagocitación del mundo antiguo y el embrionamiento de la España fuerte que deseamos, pese a las bombas que tiran los fanfarrones.
El sueño es eso, un dormir, la levedad de la consciencia que sobrevuela los cañones de la orilla de Chiclana, ocultos entre los verdes pinares españoles. Españoles y católicos, únicos y verdaderos, y si no lo son unos, tampoco son otros. El padre Muñoz-Torrero lo había observado con clarividencia, los españoles somos nuestros propios enemigos y en vez de apoyarnos en nuestra única religión nos hemos convencido de que necesitamos quién nos limite, quién nos lea y censure, quién nos pase por tribunales la nuestra fe en Dios nuestro Señor y su digno hijo Jesucristo.
Cuánto tiempo ha pasado mientras defendía nuestra primera Constitución, liberal, ilustrada, moderna y plural. Cuánto ha transcurrido desde la matanza del 2 de mayo, desde que los traidores afrancesados y cobardes aceptaron ese sucio texto prerredactado que ha sido firmado en Bayona, imponiéndonos un rey ilegítimo y borracho que no habla ni nuestra lengua y que nos subordina a la jerarquía del enano Napoleón. Y soñando, acabamos en la Isla de León, reunidos como podíamos a salvo de la peste en la Iglesia de San Pedro y San Pablo, y en el teatro de Comedias, en Cortes Generales, escuchando el estridente sonido de las explosiones a nuestro alrededor, dispersas entre las nubes, sin poder alcanzar nuestras tierras protegidos por los valientes escopeteros de las salinas.
Y hoy levanto de la cama, tornada en sudario, y miro el libro que he escrito, por tener una letra bonita, recogiendo la voluntad de todos los diputados, rígidos mis dedos, manchados de tizne negro. Ese libro maravilloso, único en su especie pero que es nuestro hijo, nuestra herencia, nuestro desafío ante la ilícita invasión de la piel de toro. Y miro el calendario y veo que mañana es el día del Padre, San José, y que habremos negado a Francia la imposición de todos sus deseos: ni rey, ni idioma, ni texto constitucional. Ay, Cádiz, yo sueño contigo de manera diferente a como lo hace Bonaparte, Cádiz. He aquí tu Constitución terminada que mañana verá la luz y que este humilde escribano acaba de finalizar, recién despertado…
Enrique Montiel de Arnáiz
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