LA CIUDAD DE LAS HUELGAS (Publicado en La Voz 20-03-11)

LA CIUDAD DE LAS HUELGAS

El problema de llegar a lo justo al AVE es que no da tiempo a desayunar, lo que se soluciona con el billete de clase preferente, que incluye la restauración. Atractivas jóvenes encorsetadas en uniformes de azafatas prestan las atenciones que el “status preferéntibus” exige. Menos ayer, cuando el personal encargado del servicio decidió ejercitar individualmente, pero de manera colectiva, el derecho fundamental recogido en el art. 28.2 de la segunda Constitución más importante en la historia de España. Cazoletadas, vocinglerías, pitadas y mucha juerga general. No es que no lo esperara, porque cada vez que voy a Madrid me encuentro una huelga (la de los taxistas fue insana) pero el viaje de ciento cincuenta minutos sin un café que espantara las legañas se hizo: 1) eterno; 2) cansino; 3) insoportable (elija la/s que guste).

Ojeando una revista abandonada me enteré que se celebra el no sé cuál homenaje al disco “The Wall” de los Pink Floyd de Roger Waters. El LP mostraba la evolución de la vida de un cantante que remeda a Syd Barrett, desde sus inicios hasta su conversión en una especie de Adolf Hitler. Siempre he relacionado ese “Muro” con el de Berlín, que unió Europa desde su destrucción en 1989, y tras el que tantos alemanes abrazados contribuyeron a la creación de un continente unido que se ha ido disgregando progresivamente hasta el día de hoy.

Hoy. Estamos en mala racha, endeluego. El Tsunami de Japón se ha convertido en una calamidad nuclear que tiene a todas las naciones del mundo preocupadas por los vientos y las mareas. Los muertos en las naciones africanas llegan a un número inaceptable mientras asesinos travestidos en líderes políticos se astillan las uñas agarrándose a sus sillones de oro y verdes gemas. Nuestro Gobierno dice a la ONU que cuenten con nosotros y, por tanto, estamos en guerra. Y ese muro que se fracturaba en Berlín con música del Muro de Waters nos parece una ilusión en esta España de charanga y pandereta (en huelga) en la que la gente carece de ilusión y se refugia en la telebasura y el fútbol para no pensar en el cobrador del frac y de la fraca.

Fui, me reuní y volví de un Madrid inusitadamente soleado, en un vagón preferente sin restauración, siguiendo cada poco las noticias del extranjero, mirando con curiosidad desde el asiento trasero de un taxi a una bella joven de cabellos rapados –su tez blanca, limpia y tersa brillaba al sol- practicando trucos circenses con unos bolos, sin ser consciente de la atención que había conseguido. La taxista, que llevaba sólo dos semanas conduciendo, expresó su disgusto al verla: “en vez de trabajar…” Yo la observé cándida y entretenida, alegre y distante de las preocupaciones de esta prostituta vida y le contesté a la taxista que mejor dedicarse a eso en la ciudad de las huelgas que a otras cosas peores. Y la taxista, que llevaba sólo dos semanas conduciendo, me dio la razón.

Enrique Montiel de Arnáiz

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