LA SEMANA ETERNA (LA VOZ 2 DE ABRIL DE 2010)
DOCTOR IURIS
Semana Santa, pasión de Cristo. Con los años que van transcurriendo, segundo a segundo, rápidos y temerarios, uno se va volviendo más propenso al 'ennui', que diría Baroja. La melancolía - «oh, melancolía», Silvio Rodríguez- vuelve siempre por cuaresma como la reposición televisiva de Rey de Reyes. En esta Semana Santa, como en todas las anteriores, veo los niños paseando de la mano de sus padres, llorando asustados frente a los penitentes, haciendo gigantescas bolas de cera, batiendo al aire las palmas con ropajes de hebreos, portando rojos cirios, y me recuerdan a mí mismo. Ese mí mismo vestido de negro y púrpura que salía en Misericordia los jueves santos, delante del Cristo. Con apenas 9 años no tenía la edad mínima exigida por los estatutos de la hermandad pero mi joven padre se había apuntado conmigo y fuimos juntos a recoger nuestras túnicas a un almacén lejos de casa. A mitad del trayecto procesional mi más joven madre intentaba siempre darme roscos de Semana Santa por dentro del capuchón del capirote. Yo me negaba a comerlos. Hacía auténtica penitencia. Con los años dejé de salir.
Vienen a mi recuerdo, también, los paseos con mis padres y con May, Pablo y Guille. Buscábamos la esquina bella, la calle estrecha, la carrera oficial. Íbamos a casa de mis abuelos, donde nos juntábamos con nuestros primos y mirábamos pasar las hileras interminables de penitentes desde el pequeño cierro que nos ofrecía vista de toda la calle. Pienso en mis abuelos, que siguen en esas noches santas dándome catas de jamón serrano, uno, o una moneda de cien pesetas - «para que vayas al cine»-, otra. Luego cambiaron la carrera oficial de sitio. Y mis abuelos se fueron. Y el cierro cerró. Por las noches de algunos días de esta semana eterna mi padre y yo escapábamos juntos, abrigados con vehemencia, a ver recoger pasos imbuídos del aroma del incienso. Visitábamos la casa de Loli y Enrique. Nos daban a probar sus deliciosas torrijas antes de dar el encuentro a la procesión que pasaba por la calle de arriba. Recogida la Virgen, salíamos de la mano bajo la oscuridad de las luces de las farolas apagadas, a buscar a la Caridad por la calle Comedias. Antes de volver a casa, abrigados y con frío, nos reconfortábamos con tazones de chocolate en una cafetería entonces recién abierta, hoy recién en ruina.
Esa es la Semana Santa que revivo cada año. La que hace que afloren los recuerdos y con ellos la melancolía. No es porque aquéllos no sean buenos sino porque pasaron y no volverán, porque nuestro futuro será mañana pasado y sólo quedará esta semana anclada en la memoria de unos tristes afortunados. Esta semana eterna que, como Cristo, siempre acaba resucitando.
Comentarios
A mí, hoy por hoy, me interesa un... la Semana Santa. Y me gustaría decir a esos bienpensantes conservadores que protestan cuando los de Astilleros cortan el Puente Carranza que durante una semana tenemos que soportar cortes de vías públicas y no protestamos tanto, es más lo damos por bueno pues es de interés mayoritario y por qué no también genera riqueza (económica, no espiritual).
Además coincido con el Espíritu del posteo: "MI PATRIA ES MI INFANCIA" y en mi niñez también hubo abuela, cierro, primos, cirios y tambores. Oh, melancolía...
Migue, gracias por tus comentarios que, para mí, significan muchísimo (¡maestro!). La pregunta que queda flotando en el aire es... ¿cuál es la patria de Silvio Rodríguez?
A mi la Semana Santa, coincido con historiahispania, me da exactamente igual,y creo que tiene poco de sentimiento religioso y más de sentimiento económico y de faranduleo. Me da nauseas ver a tanta gente adorando al becerro de oro, esos pasos colmados de riquezas cuando hay gente que en estos tiempos que corren lo pasan mal, no solo para llegar a fin de mes sino pensando en que comer al día siguiente.
Recuerdo un año que el párroco de de mi barrio se negó a que el paso de la cofradía de la zona saliera de su Iglesia. Aquella disputa se resolvió de manera muy pragmática, los hermanos cofrades prometieron y después construyeron una nueva Iglesia para ese barrio, más moderna, más lujosa, más digna de ser la casa de su señor. Problema resuelto, nunca más hubo una queja por parte del párroco.
Ese semana para mi dejó de ser santa y se convirtió en mundana.Yo era un niño, pero nunca más salí de penitente, nunca más me metieron roscos por debajo de la túnica.
Jesús Varela