PABLO KILLS THE IGLESIAS STAR
Eduardo Madina llevaba la camilla con cierta prestancia, como si hubiera empujado cadáveres con ruedas toda su vida. Encontró a unos pocos metros a una señora de bata blanca y estetoscopio que le recibió el saludo con un gesto de desagrado. Eduardo le dice a la doctora que necesite que certifique el fallecimiento del allí tumbado. “Son veinticinco euros”, contesta aquélla. Como si la viagra hubiese hecho instantánea su mágica labor sanguínea, el muerto se erige, Draculino. Draconiano. Por veinticinco euros aguanto hasta el verano, dice. Madina echa las manos a la frente, desesperado. Así no hay quién se oponga. Abandona la camilla en el pasillo sin fijarse en la gente que lo observa con perniciosa curiosidad. Marca un número de móvil que empieza por seis y saluda a su interlocutor, que resulta ser mujer. Dice Alfredo que no dimite, que va a esperar lo que sea necesario para perjudicarnos más. La voz de acento sevillano grita como si celebrara el golazo de cabeza de Sergio R...