LA MUERTE DE LOS TRECE APUÑALADORES
Cogí mi puto cuchillo y supe que no se iba a escapar ninguno. El primero fue fácil de cazar. Rafael Marin era el mayor de nosotros. Apenas puso resistencia mientras distraía su atención con un volumen del Conan de Buscema. Lo único que pudo decir fue algo así como "misscarriage" o algo así. Luego murió. Carmen Moreno fue algo más ágil, subió de nube en nube hasta su diminuto planeta, montada en un corderito que pastaba una flor con espinas. Intentó esconderse en el interior de una boa constrictor. Lamentablemente, maté al animal y a la poeta con la misma puñalada. Un golpe de muñeca, seco, y Daniel Lanza Barba cayó al césped. Un puñal atravesaba su corazón sanluqueño. Entonces observé, impresionado, que su sangre era manzanilla. Javi Fornell me plantó cara, con su alfanje al cinto. No pudo sacarlo. Unos amigos piratas lo agarraron entre cinco y pude rebanarle el pescuezo. El muy cabrón no dejó de reir ni cuando la sangre salpicó mi rostro. Decidí encargarme de Pilar Vera y Fani García. Definitivamente, iba a atravesarlas. Una saltó del torreón como la esposa de Vlad Tepes en la peli de Vlad Tepes. La otra pasó de sólida a líquida ayudada por la daga de los hara-kiri. Quedaban menos. Daniel Pérez era hombre de mundo y se notaba que había visto muchas películas de Quentin Tarantino. Intentó montar en su coñoneta para huir a un lugar recóndito e inabarcable (Paterna de Rivera). Para su desgracia, mi punteria lanzando puñales sube un 27% cuando hay coñonetas de por medio. Sus gafas cayeron al suelo. Afortunadamente, no se rompieron. Israel Santamaría Canales pensó que me había olvidado de él porque no lo conocía. Gracias a Odín, los cuchillos permiten editar las vidas de los demás. Su muerte fue majestuosa. Digna de Tolkien. Lástima que no hubiera allí ningún aedo sobrio para narrarla. Francisco José López Chaparro sacó su katana y el brilló de su bruñida hoja me cegó. Intentó acabar conmigo y casi lo hubiera conseguido de no ser porque Manuel Ruiz Torres se interpuso en su camino. "Dale una oportunidad, es un enfermo". La música de Ozzy y su Madman resonaba incesante. Casi no pude escucharles exhalar sus últimos alientos. Alejandro Medina Rodríguez quiso protegerse por magia negra. Yo la lavé con Kalia Vanish y acabé con él. Estaba a punto de acabar: Jesús Cañadas me opuso sus conocimientos de H. P. Lovecraft. Murió con gloria. Yo le expuse los míos de Sir Arthur Conan Doyle. Fue como un jaque pastor y un póker de ases conjunto. Bajó la cabeza se lanzó hacia la punta de mi estoque. Eso no cuenta ni como asesinato. Para el final dejé lo mejor: Rosario Troncoso y Paco Mármol. Mis demiurgos. Los causantes de mi perdición. Acabásteis con la poca buena fama que tenía. Hicísteis surgir de mis entrañas el asesino que llevo dentro. Fomentásteis mi APOCADIZSIS. Sólo por ello os dejaré con vida un poco más. Para que sufráis la vergüenza de la culpabilidad y para que os redimáis publicando un libro de relatos tan absurdo, que incluso su autor, cuando lo lea, se lance a morir a una piscina de fakires. Para entonces, será tarde para vosotros. Seréis los últimos editores sobre la faz de la tierra. Esa será mi maldición: no tendréis a nadie a quién editar libros salvo a vosotros mismos. La vida será demasiado pesada como para soportarla. Y mi venganza se habrá consumado...
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