Nochebuena a la Manganelli (La Voz, no sé cuándo lo pondrán)
NOCHEBUENA A LA MANGANELLI
Un hombre mira a un lado y a otro. Es un pastor de ovejas. En España también hay ovejas. El hombre tiene solo un ojo, pero lo usa para mirar a ambos lados. Busca un camino, una senda entre las dunas que lo lleve a ver al Mesías. El hombre es italiano, se ha perdido. Mira al cielo. La estrella no aparece. Ah, claro. El hombre miraba a Occidente. El hijoputa. Con un solo ojo. Se palpa el bolsillo, no tiene lumbre. Huele a fogata, la alcanza con el olfato. Con una sola nariz. El hombre aparenta estar interesado en la conversación que le presta una mujer que se llama María. Su profesión es ser virgen.
El hombre que es pastor de ovejas y tiene un solo ojo admira el paisaje. No se lo había planteado hasta ahora pero la inmensidad del desierto le ha dibujado el mundo como un gran reloj de arena. O una clepsidra. Mi reino por una clepsidra, que apague la sed y confirme la hora. Debe quedar poco ya para la medianoche. La estrella sigue sin presentarse. María le ofrece asiento, junto a la estufa. José es su esposo. El hombre que tiene un solo ojo nota que José lo mira con los dos suyos. Se pregunta si será carpintero y si, en el caso de serlo, le va bien el negocio. La oveja está en crisis. La lana, al alza. El hombre se plantea la contradicción durante un segundo.
Un relámpago cruza el cielo, es la Estrella de Oriente. El único ojo del hombre la divisa. Giorgio, como se llama, le dice a María, antes virgen que esposa del carpintero, que presiente la cercanía de la monarquía maga. José, sibilino y meticuloso, le contesta que magia y monarquía son términos disímiles. El hombre se da cuenta que José es carpintero pero tiene estudios superiores. La estrella se ha apagado y la oscuridad campa a sus anchas por la noche. El hombre, que quizás ni sea italiano, ni cuide ovejas, ni sea cíclope, se da cuenta que hay visita. La monarquía maga arriba a la cabaña. Tres eran tres.
Una vocecilla diminuta que asemeja a un llanto rasga el silencio. El hombre ex italiano se asoma y ve un querubín. Tiene los ojos grandes, con pestañas largas como un día sin pan. Sus deditos regordetes agarran con fuerza los de su madre. El hombre descubre que su párpado se despega del rostro y se maravilla al comprobar que vuelve a tener dos ojos y que las imágenes le llegan por ambos a la vez. Los pastores tardan –el metro ya no pasa, es tarde- pero llegan. Entonan canciones alegres y comienza a nevar. El desierto tiene un aspecto extraño, enigmático. Si el niño sonríe, los pastores sonríen, la madre sonríe y el padre, elucubrando en silencio, también sonríe. El hombre decide buscar su destino y sale por la puerta, regocijado. Quizá mañana pastoree ovejas. Quizás no.
Enrique Montiel de Arnáiz
Un hombre mira a un lado y a otro. Es un pastor de ovejas. En España también hay ovejas. El hombre tiene solo un ojo, pero lo usa para mirar a ambos lados. Busca un camino, una senda entre las dunas que lo lleve a ver al Mesías. El hombre es italiano, se ha perdido. Mira al cielo. La estrella no aparece. Ah, claro. El hombre miraba a Occidente. El hijoputa. Con un solo ojo. Se palpa el bolsillo, no tiene lumbre. Huele a fogata, la alcanza con el olfato. Con una sola nariz. El hombre aparenta estar interesado en la conversación que le presta una mujer que se llama María. Su profesión es ser virgen.
El hombre que es pastor de ovejas y tiene un solo ojo admira el paisaje. No se lo había planteado hasta ahora pero la inmensidad del desierto le ha dibujado el mundo como un gran reloj de arena. O una clepsidra. Mi reino por una clepsidra, que apague la sed y confirme la hora. Debe quedar poco ya para la medianoche. La estrella sigue sin presentarse. María le ofrece asiento, junto a la estufa. José es su esposo. El hombre que tiene un solo ojo nota que José lo mira con los dos suyos. Se pregunta si será carpintero y si, en el caso de serlo, le va bien el negocio. La oveja está en crisis. La lana, al alza. El hombre se plantea la contradicción durante un segundo.
Un relámpago cruza el cielo, es la Estrella de Oriente. El único ojo del hombre la divisa. Giorgio, como se llama, le dice a María, antes virgen que esposa del carpintero, que presiente la cercanía de la monarquía maga. José, sibilino y meticuloso, le contesta que magia y monarquía son términos disímiles. El hombre se da cuenta que José es carpintero pero tiene estudios superiores. La estrella se ha apagado y la oscuridad campa a sus anchas por la noche. El hombre, que quizás ni sea italiano, ni cuide ovejas, ni sea cíclope, se da cuenta que hay visita. La monarquía maga arriba a la cabaña. Tres eran tres.
Una vocecilla diminuta que asemeja a un llanto rasga el silencio. El hombre ex italiano se asoma y ve un querubín. Tiene los ojos grandes, con pestañas largas como un día sin pan. Sus deditos regordetes agarran con fuerza los de su madre. El hombre descubre que su párpado se despega del rostro y se maravilla al comprobar que vuelve a tener dos ojos y que las imágenes le llegan por ambos a la vez. Los pastores tardan –el metro ya no pasa, es tarde- pero llegan. Entonan canciones alegres y comienza a nevar. El desierto tiene un aspecto extraño, enigmático. Si el niño sonríe, los pastores sonríen, la madre sonríe y el padre, elucubrando en silencio, también sonríe. El hombre decide buscar su destino y sale por la puerta, regocijado. Quizá mañana pastoree ovejas. Quizás no.
Enrique Montiel de Arnáiz
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